Cuando el fuego lesiona a las personas

Fecha: 20 de noviembre de 2017 Categoría: Transporte

Sonó el timbre y me sacudió del sueño. En el cuartel de bomberos se oyó el estruendo del despacho radial: “Se informa un incendio en un edificio, 353 al este de la calle Olive, calle transversal, tercera. Hora del informe, 14:35”.

Fue entonces cuando todo mi entrenamiento se sometió a prueba. Rápidamente me puse el uniforme, que consiste en un casco, una chaqueta resistente al fuego, pantalones de protección, guantes y botas de seguridad. Mientras subía al carro,  parecía que el corazón me latía dos veces más rápido que lo normal. La sirena empezó a sonar, e hicimos rumbo al incendio, que era el primero en el que yo desempeñaría oficialmente el papel de bombero.

Aun antes de que llegáramos a la escena, el capitán se volvió a mí y gritó: “Parece que se trata de un fuego activo. Se puede ver el humo. Póngase el equipo era”. El equipo era, nos permite respirar aire fresco en un ambiente lleno de humo. También añade aproximadamente 11 kilos a nuestro equipo, que en sí ya es pesado. Pero, mientras continuábamos rumbo al incendio, quizás usted quisiera saber: ‘¿Cómo se le entrenó a usted para este trabajo?’.

Entrenamiento inicial
Empecé a prepararme para bombero a los 18 años de edad, con un curso de seis semanas que proporcionaba entrenamiento tanto en la sala de clases como en el campo. Se nos enseñó acerca de las características del fuego tanto en estructuras como en bosques. Se me entrenó en métodos de tratar derramamientos de sustancias químicas peligrosas e incendios causados por líquidos inflamables; también aprendí a manejar el equipo, la suministración de primeros auxilios y la aplicación de técnicas de rescate.
Recuerdo las pruebas a las que fuimos sometidos, en las que entrábamos de dos en dos en un lugar completamente oscuro. Teníamos puesto el equipo era y se nos dijo que el abastecimiento de aire que nos quedaba nos duraría solo cinco minutos. Entonces se nos ordenó buscar cadáveres en el piso. Habíamos entrado con una manguera y el único modo de encontrar la salida era por medio de seguir la manguera hasta la puerta. Mientras estábamos en la habitación, sin visión, el instructor saltaba sobre un techo metálico, y así creaba un terrible estruendo. El propósito de este ensayo, como el de otros, era probar nuestra aptitud respecto a trabajar bajo condiciones adversas y asegurar que no nos sobrecogiera fácilmente el pánico. Pero regresemos a la situación legítima.

Gritos por auxilio
Al llegar a la escena del incendio pude ver una casa  de dos pisos en la que el  piso entero de arriba estaba envuelto en llamas. Una señora colgaba del borde de una ventana gritando para que alguien la ayudara a bajar. El capitán me dijo: “Coloca una telescópica hasta la ventana del segundo piso”. Una telescópica se refiere a una escala extensible de poco más de 7 metros. En la escuela, yo había extendido una de esas escaleras hasta la ventana de un segundo piso unas 50 ó 60 veces, pero esta vez se trataba de un verdadero incendio, y salvamos a la señora.

Justamente cuando había acabado de colocar la escala, otro bombero gritó y me dijo: “Agarra un hacha. Tenemos que forzar la entrada”. El entrar a la fuerza en un edificio es otra destreza que se aprende en las academias. Pero esto no era lo que me preocupaba. El forzar nuestra entrada en un edificio es generalmente fácil. Lo que me preocupaba era lo que hallaríamos al otro lado de la puerta. Podría tratarse de una pared de fuego que estuviera haciendo estragos, o de densas nubes de humo negro venenoso. Muchas personas no se dan cuenta de que en los incendios la mayoría de las muertes se deben a que las víctimas han inhalado dicho humo mortífero mucho antes de que las haya alcanzado el fuego. Por eso, ¿cuál es el lugar más seguro si usted se halla atrapado en un incendio? Manténgase agachado, cerca del suelo, con un paño mojado sobre la boca y la nariz para protegerse de los efectos mortíferos de los gases y del humo.

Forzamos la entrada y nos encontramos en un ambiente caliente y lleno de humo grueso. Nos arrastramos por el suelo de habitación en habitación, sin poder ver más allá de tres a cuatro 7 a 10 centímetros. Estábamos tratando de encontrar el fuego y extinguirlo con la manguera que yo iba arrastrando a mi lado. En las academias pasamos mucho tiempo aprendiendo cómo usar debidamente las mangueras y los pitones. Solían decirnos: “Nunca abandone su manguera. Es lo único que puede salvarle la vida”. ¡Tenían razón! A medida que nos adentramos en la vivienda, arrastrándonos por el suelo, vimos brillar una luz desde un dormitorio. Allí estaba el foco del fuego. Sin embargo, con una manguera de gran potencia extinguimos el incendio en poco tiempo.

Una vez que habíamos extinguido el fuego, nos pusimos a efectuar lo que se llama remoción y liquidación. Esto consiste en examinar los escombros carbonizados y tratar de hallar partes calientes que estén ardiendo sin fuego, artículos de valor que se puedan salvar e indicios de la causa del incendio. En este caso el incendio se atribuyó a instalaciones eléctricas defectuosas en un calentador de pared. Es sorprendente cuántos incendios se deben a instalaciones eléctricas defectuosas y artefactos eléctricos.

Al hacer las inspecciones anuales de los establecimientos comerciales de la ciudad en la que trabajo, investigo a fin de ver si hay tales peligros que podrían causar incendios. Como bombero, desempeño ésta y muchas otras obligaciones rutinarias, además de combatir los incendios. Para que dichas inspecciones sean eficaces, es necesario dedicar muchas horas tanto al estudio de las normas relacionadas con los edificios y las instalaciones eléctricas como también al del almacenamiento de sustancias químicas inflamables y peligrosas. Además, participo en enseñar métodos de primeros auxilios y seguridad contra incendios a grupos de la comunidad. Como el lector puede ver, a los bomberos se nos mantiene ocupados aún cuando no hay incendios. Yo hasta desempeño quehaceres domésticos comunes, como fregar pisos, cortar el pasto y lavar las ventanas de nuestro cuartel.

Al recordar mi primer año como bombero, me vienen a la mente muchas experiencias que tuve por primera vez. Respondimos a llamadas de incendios en enormes plantas de almacenamiento y en matorrales. Se nos llamó para que ayudáramos a víctimas de ataques cardíacos, intentos de suicidio y apoyo a las brigadas industriales. Todo esto era parte de mi trabajo como bombero.

Lo que se requiere para ser paramédico
Poco después de completar mi primer año de bombero, comencé a hacer mi práctica profesional de paramédico en uno de los hospitales de la localidad. Doctores y enfermeras suministraban dicho entrenamiento, que consistía en cinco meses y medio de estudio intensivo de métodos avanzados de sostener la vida.

Los primeros dos meses se dedicaron a clases de anatomía, fisiología, terapia relacionada con drogas, y el uso del equipo. Cada mañana solíamos llegar a la escuela cansados debido a haber pasado tres o cuatro horas haciendo tareas la noche anterior. La clase empezaba a las 8.00 de la mañana con un examen sobre el material que habíamos abarcado el día anterior. Estos estudios, que eran requeridos como parte de mi entrenamiento de paramédico, también me ayudaron a apreciar más la sabiduría de nuestro Creador. El ver que él pudo crear tantos sistemas individuales dentro del cuerpo y hacer que funcionaran en perfecta armonía me fortaleció la fe. A la misma vez me enteré de lo perjudiciales que pueden ser para el cuerpo ciertos hábitos, como el fumar, el abusar de las drogas y el excederse de manera crónica en el consumo de las bebidas alcohólicas.

El tercer mes lo pasé en el hospital. El primer día vi tres víctimas de balazos, siete casos de personas que habían tomado una dosis excesiva de alguna droga y cuatro casos de personas que habían sufrido heridas debido a haber estado guiando un automóvil mientras estaban bajo la influencia del alcohol. Pude darme cuenta de que las 14 situaciones desagradables se debían a que las personas, en su modo de vivir, se habían alejado de los principios y las leyes de la Biblia.

También trabajé en la sala de partos y alumbramientos. Allí tuve el privilegio de asistir en el alumbramiento de siete niños, todos ellos saludables y llenos de vida. Nunca he experimentado nada más impresionante que el ver, con mis propios ojos, traer al mundo una nueva vida. Otra vez me puse a admirar la obra del Creador. Dicho sentimiento de admiración se ha intensificado desde que nació recientemente mi propia hijita.

La verdadera prueba
Una vez que había completado mi entrenamiento en el hospital, me llegó la verdadera prueba… dos meses de trabajo en el campo en una ambulancia, bajo la supervisión de dos paramédicos certificados. Durante mi primer turno se me llamó a las dos de la mañana para ayudar a un hombre que estaba en un automóvil que se había volcado. Llovía a cántaros… así que mediaba un gran abismo entre las condiciones del campo y las del hospital que yo acababa de dejar, donde el ambiente era seco y limpio.

Cada caso era diferente y presentaba su propio tipo de desafío. Por ejemplo, cuando respondí a una llamada que se trataba de una persona que había sufrido una herida en una fábrica, me hallé ante un hombre que estaba bajo la influencia de la droga PCP, (siglas en inglés para píldora de fenilciclidina), que comúnmente se llama “polvo de ángel”, la cual altera la mente. Como frecuentemente sucede en dichos casos, el hombre había adquirido fuerzas sobrehumanas bajo la influencia de la droga. Estaba lanzando al aire barriles de aceite de 200 litros, hasta una altura de 1,5-2 metros. Y esto no era todo. Acababa de sufrir una herida que le dejó cortados todos los dedos de uno de los pies, pero él no sentía ningún dolor. Ésta también es una reacción muy común en tales casos. Seis corpulentos  carabineros tuvieron que luchar con él para poder derribarlo al suelo, contenerlo y ponerle dos pares de esposas. Sabían que un solo par no era suficiente. Muy a menudo hay quienes rompen las cadenas entre las esposas, como si éstas fueran meros juguetes.

Esos últimos meses de entrenamiento fueron los más espantosos para mí. Vi con mis propios ojos muchas de las situaciones física y mentalmente desastrosas en las que se meten las personas.
Suicidios, delitos… y recompensas.

Vez tras vez respondimos a llamadas que tenían que ver con intentos de suicidio. Una señora, recostada en un sofá en su casa valorada en varios cientos de millones de pesos, me dijo que quería quitarse la vida para no tener que enfrentarse a otro día de problemas.

Porque abundan los delitos, frecuentemente se llama a los paramédicos cuando algunas personas sufren heridas o hasta pierden la vida al procurar obtener algo que legalmente no les pertenece. Cuando un muchacho de 16 años de edad recibió un balazo al tratar de robar una radio de un hogar, le pregunté si había valido la pena sufrir dichas consecuencias, y él contestó: “Claro que sí; he sido herido de bala anteriormente. Las heridas de bala sanan. Entonces salgo y lo intento de nuevo. Esto realmente no es nada serio”.

Las experiencias que he tenido como paramédico han sido muy remuneradoras también. Por ejemplo, cuando se nos llama para que ayudemos a una persona que está sufriendo gran dolor debido a un ataque cardíaco, en muchos casos le salvamos la vida. Nos mantenemos en comunicación con el hospital por medio de la radio, y recibimos permiso para empezar a poner conductos para inyectar fluido intravenoso a la persona. Mediante este conducto suministramos drogas que estabilizan el latido del corazón y alivian el dolor. Suministramos oxígeno y controlamos el ritmo del latido del corazón de la víctima. Se experimenta un sentimiento muy remunerador como resultado de ayudar a tales personas y posiblemente contribuir a salvar una vida.

Por eso, la próxima vez que usted oiga una sirena y vea un carrobomba o una ambulancia en rumbo a un lugar donde haya alguien que necesite auxilio, piense en el entrenamiento de los bomberos y paramédicos y en lo mucho que se esfuerzan por desempeñar su trabajo. Recuerde que ‘más vale prevenir que curar’.

Procure cooperar con los bomberos por medio de evitar incendios y accidentes. Así quizás usted nunca tenga que gritar: “¡Auxilio, un fuego!”.

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